Por el valor del conocimiento inútil
¿Para qué sirve la filosofía?
Probablemente la respuesta más común al encontrarnos con la pregunta "¿Para qué sirve la filosofía?" sea:
PARA NADA

Y esa respuesta suele dejarnos una estela de asco, porque de entrada nos confronta con el tamaño de ignorancia que tenemos enfrente.

Pero, como buenos filósofos, respiramos hondo. Tratamos de controlar nuestras emociones, recordando que no deberíamos ser esclavos de las pasiones. Un mandato moral que —cada tanto descubrimos— nunca ha sido real.
Entonces intentamos indagar un poco más: ¿qué entiende nuestro interlocutor por "filosofía"?
En ese revelar nos topamos con una diversidad abrumadora de respuestas: desde las más sensatas —"Es el origen de todas las ciencias, el lugar donde se formulan las preguntas que luego otros intentan responder"— hasta las más risibles —"Son viejitos con barba hablando de cosas raras que no sirven para pagar la renta"—.
Y ahí se bifurcan los caminos:
Aclarar. Lo que implicaría largas explicaciones sobre cómo la filosofía no tiene una sola definición, con el riesgo de confundir aún más a quien, de inicio, lanzó la pregunta ingenua de "¿Para qué sirve la filosofía?".
Oscurecer. Responder con algo tan extraño y ambiguo que al otro se le quiten las ganas de volver a preguntar.
Y cada paso que damos abre al menos un par de nuevas posibilidades, con un par de resultados más, que a su vez se multiplican en otro mar de caminos. Como las puertas del Teatro Mágico que describía Hermann Hesse en El lobo estepario: cada una revela una faceta distinta de lo que tenemos enfrente.
Con esto, intentemos regresar a la pregunta inicial: "¿Para qué sirve la filosofía?"
Para mí, para valorar el conocimiento inútil.
¿Inútil para qué? Para nuestro modelo económico, sin duda: para pasar horas leyendo en lugar de producir, de ganar dinero, de empeñar la fuerza de trabajo por un salario bajo. Para aguantar a un gerente imbécil que no entiende que está más cerca de la calle que de ser dueño, y que jamás heredará un pedazo del banquete. Para doblar turnos con medias pagas o cubrir horas extra con la limosna de una pizza. Para revolver a Marx en su tumba y recordarle que seguimos atrapados en los mismos paradigmas de siempre. Para com…
Lo siento, me dispersé un poco.
Ya no recuerdo en qué estaba…
¡Ah, sí! ¡La filosofía!
"¿Para qué sirve la filosofía?" Espero, al menos, que escribir tantas veces la misma pregunta nos ayude con el SEO del sitio.
Para empezar, parece servir para movernos de lugar, de una manera bastante curiosa: que roza el estanque y el mar, que se ahoga sobre sí misma y, a la vez, nos permite navegar por territorios desconocidos y profundos.
También parece tener algo que ver con el conocimiento, con aquello que se pregunta qué es lo real, lo verdadero, lo bueno, lo bello. Y claro, hay mucho de realidad en lo que vemos: los objetos, lo tangible. Pero… ¿y las ideas? ¿Y lo que surge de nuestro encuentro?
Veamos, un poco sobre la existencia de las ideas:
Hablar de ideas es como querer atrapar humo con las manos. Están ahí, de algún modo, dentro de nuestra cabeza; podemos hablar de ellas y, de pronto, estarán en la cabeza de alguien más. Pero "mi idea" es o no es "tu idea": ¿se duplica, acaso, o coexiste en ambas mentes? Para poder duplicarse o coexistir, tendría que ser real. Y si es real, ¿de qué está hecha? ¿De madera como la silla, de metal como el cuchillo, de impulsos electromagnéticos… o de algo "más"?
Platón pensaba que las ideas eran extensiones del alma, realidades más firmes que las cosas mismas. Plotino las colocó en una dimensión paralela, emanaciones del Uno. San Agustín las entendió como pensamientos divinos, huellas de lo eterno inscritas en nuestra mente. Hume, en cambio, las redujo a impresiones debilitadas de la experiencia sensible, mientras que Kant las pensó como formas a priori que hacen posible cualquier conocimiento. Y los nominalistas, con un filo más radical, nos recuerdan que quizá no son nada más que nombres compartidos, etiquetas que nos ayudan a organizarnos.
Y bien, supongamos que las ideas existen y que dentro de ellas podemos concebir cosas como la justicia. Aquí aparece un concepto perfecto: a cada uno le toca lo suyo, en su justa medida. Luego miramos la calle y nuestra "realidad" no se parece ni remotamente a eso. Entonces, ¿qué deberíamos hacer? ¿Fingir que no concebimos un mundo mejor del que tenemos? ¿Abandonar la idea de justicia? ¿Volvernos maquiavélicos y sacarle provecho?
Bienvenido al mundo de la ética, esa otra rama de la filosofía que se atreve a formular este tipo de preguntas incómodas.
"¿Qué debemos hacer? Esa es, en el fondo, la pregunta de la ética: no solo qué es lo bueno o lo justo, sino cómo deberíamos vivir. Es decir, cómo orientar nuestra moralidad y nuestra conducta en un mundo que pocas veces se parece a nuestros ideales."
Qué cosa tan inútil, ¿no? La filosofía, querida mía, es ese lugar al que siempre vale la pena volver: atravesar milenios tratando de empujar nuestros propios límites… o estrellarnos contra ellos.
"Diría mi hermano —aunque seguramente lo dijo alguien más antes que él—: quien cree que es libre es porque no ha volado lo suficientemente alto como para chocar con los barrotes de su propia jaula."
Total, a ver qué nos encontramos escribiendo en este lugar.
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